Ebria de palabras sin sentido, trato de unirlas componiendo párrafos que hago y deshago compulsivamente. Aparecen mis fantasmas escondidos bailando danzas de quimérica inmortalidad. Busco fuera lo que solo existe dentro, aún así, repito una y otra vez el ciclo, queriendo y evitando encontrar una justificación a la existencia, porque sé que si la encuentro, todo perderá sentido en este viaje perdido, en esta única finalidad de irnos.
El tiempo transcurre lento y goteante, hiriendo el cuerpo, inhabilitando el alma, que a fuerza de ver se va quedando ciega, abrasando la existencia en los infiernos de la nada. Ese tiempo, que se diluye entre los dedos para acabar formando charcos de horas muertas a los pies, mientras la muerte se despereza obscena, acercándose, seduciéndonos con suaves e impúdicas caricias que provocan ese dolor punzante que tanto nos recuerda la levedad de la vida.
Escribo páginas sin dueño, islas de letras ínfimas apiñadas, apellidos sin nombre, frases inconclusas, una sobre otra, palabras rotas, asustadas, imposibles de leer a simple vista, rodeadas por un mar sin fondo en el que se despeñan y suicidan frases enteras. Historias que crean los propios personajes que van cobrando vida, que se escapan y deambulaban como fantasmas, que se miran sin reconocerse, aullando asustados, buscando el silencio sacro que exuda este espacio repleto de sueños, y ahora también de almas perdidas. Observo absorta como el silencio de los muertos es diferente a los demás silencios…. Es una mudez altiva y solemne que infunde un respeto lleno de miedos e incertidumbres.
Pronuncian mi nombre como si me conocieran, pero no me conocen, no saben nada de mi, no se creen que solo sea una observadora de la nada que va a ninguna parte cada noche, que a veces huye hasta de su propio silencio, que no puede ser, ni estar, ni continuar ni parar…. Que solo es, porque el destino es único, y entre éste y el ser humano existe una unidad indisoluble, un vínculo que difícilmente podemos romper.
El tiempo transcurre lento y goteante, hiriendo el cuerpo, inhabilitando el alma, que a fuerza de ver se va quedando ciega, abrasando la existencia en los infiernos de la nada. Ese tiempo, que se diluye entre los dedos para acabar formando charcos de horas muertas a los pies, mientras la muerte se despereza obscena, acercándose, seduciéndonos con suaves e impúdicas caricias que provocan ese dolor punzante que tanto nos recuerda la levedad de la vida.
Escribo páginas sin dueño, islas de letras ínfimas apiñadas, apellidos sin nombre, frases inconclusas, una sobre otra, palabras rotas, asustadas, imposibles de leer a simple vista, rodeadas por un mar sin fondo en el que se despeñan y suicidan frases enteras. Historias que crean los propios personajes que van cobrando vida, que se escapan y deambulaban como fantasmas, que se miran sin reconocerse, aullando asustados, buscando el silencio sacro que exuda este espacio repleto de sueños, y ahora también de almas perdidas. Observo absorta como el silencio de los muertos es diferente a los demás silencios…. Es una mudez altiva y solemne que infunde un respeto lleno de miedos e incertidumbres.
Pronuncian mi nombre como si me conocieran, pero no me conocen, no saben nada de mi, no se creen que solo sea una observadora de la nada que va a ninguna parte cada noche, que a veces huye hasta de su propio silencio, que no puede ser, ni estar, ni continuar ni parar…. Que solo es, porque el destino es único, y entre éste y el ser humano existe una unidad indisoluble, un vínculo que difícilmente podemos romper.
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