En la vida existen esos pequeños detalles que son capaces de cerrar puertas y abrir ventanales. También existen esas minucias que dejan una casa en la total oscuridad, puertas y ventanas bajo cerrojo y esos lucecitas de esperanza que dejan correr el aire libremente. Aún así, siempre nos quedan esos huecos y esos surcos que permiten el paso de la luz más tenue cuando la oscuridad es demasiado espesa, intensamente densa…
Cuando ésta luminosidad alcanza tal grado de densidad, espesura y se encuentra tan viciada, te atreves a acurrucarte en ese rincón de la cama y te aferras a esas sabanas color marfil, con la intención de proteger y paliar ese miedo provocado por la oscuridad de las tinieblas. Cierras los ojos para quedarte con tu propia penumbra, que suele ser siempre mejor que la ajena.
Es en ese momento, cuando eres consciente de que no puedes huir más, de que tan solo te queda la opción de avanzar o acurrucarte. Saltar de baldosa en baldosa hasta que la intensidad de esa luz se cuele por las rendijas de tu alma, por el cerrojo de ese corazón solitario… Dando permiso a que se deslicé así sin más, suavemente hasta el fondo de ti misma, con el paso inexorable del tiempo al final, te das cuenta de que todo es igual. De que el darte permiso a ser feliz tan solo depende de ti, de tu actitud, de cambiar esa mirada con la que percibes el mundo desde tu propio yo.
Aunque sin querer y por casualidad llega un día, en el que decides que ya estás cansada de que te obliguen a caer y caer, a descender sin mas por ese vacío y es entonces cuando decides darle la vuelta a la situación, conocer quien es el que te provoca precipitar sin mas….
Es entonces cuando la consciencia te recuerda que no hay nadie, que tan solo eres tu misma, nadie te obliga a quedarte como un pájaro mojado acurrucada en el rincón de aquel almacén de pensamientos olvidados y llenos de penas…penas dormidas en ti misma. Por ello si quieres algo, traza una línea recta y no pares hasta llegar a la puerta, girar el pomo y dejar que la luz te inunde el alma….
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